Faltan aún unos cuantos días para que comience la celebración del San Froilán en Lugo, pero podría decirse que la fiesta ya ha comenzado.
Así como quien no quiere la cosa, cada año más temprano, como las Navidades.
Te mueves hasta el centro de la ciudad y te encuentras con los signos inevitables de la celebración que inunda la ciudad amurallada año tras año:
Las masas de gente nueva venida de fuera a pasar unos días a costa de sus parientes, inflarse de comida (sobre todo pulpo) y provocar auténticos embotellamientos peatonales en los días álgidos de la fiesta, que aún están por venir. Auténticas mareas de humanidad entre las que destacan los visitantes que te preguntan por calles que ni siquiera habías oído nombrar (y es que por muy nativo que seas de una ciudad... al Barrio de Putas o Barrio Chino nunca se le conoce por su nombre oficial. Es que nos preguntan cada cosa que...), los chiquillos que corretean de atracción en atracción coleccionando globitos de esos largos de colores. Especialmente hilarantes los que se regala en cierto “tren de la bruja”, de forma inequívocamente fálica y totalmente inviables por su grosor para hacer ‘figuritas’... me sorprende que la Asociación de Padres de turno no se haya dado cuenta de que sus hijos e hijas corretean por ahí con penes gigantes de colores.
Llegamos al centro de todo y nos encontramos con lo de todos los años: Puestos de algodón de azúcar en cantidades ingentes (¡Hay uno cada dos pasos, lo juro!), puestos de golosinas, almendras garrapiñadas, churros, puestos de venta de ropa, relojes, películas pirateadas, etc... alternando espacio con las atracciones orientadas a la chiquillería, como pueden ser los trenecitos, colchonetas, coches de choque de pequeño tamaño, etc... pasando en poco tiempo a la zona de tómbolas (¡Vuelven los perritos piloto!), juegos de suerte y similares... Desde el Bazooka, el Tiro al Blanco o las desesperantes y propensas a ser insultadas grúas recolecta-premios conocidas por su afición a funcionar mal, dejarte sin premio y quedarse con tu dinero.
Y finalmente, las atracciones “gordas”. Hay lo de siempre, el Saltamontes, la V, etc... nada del otro mundo, acompañadas como es costumbre por la “atracción estrella” de turno, que en esta ocasión efectúa su segunda visita a la ciudad (debieron desplumar a un buen número de incautos el pasado año).
Lo que si me ha llamado la atención es que vuelve a haber una casa del terror, por primera vez en unos cinco o seis años. Lo que da mal rollo es que es clavada (¿casualidad? ¿intencionalidad?) a la de “La Casa de los Horrores” de Tobe Hooper (¿o era Hopper?). Yuyu, señores, mucho yuyu.
Fijo que montamos quince veces en una noche, no tenemos remedio. Son días de fiesta.
Así como quien no quiere la cosa, cada año más temprano, como las Navidades.
Te mueves hasta el centro de la ciudad y te encuentras con los signos inevitables de la celebración que inunda la ciudad amurallada año tras año:
Las masas de gente nueva venida de fuera a pasar unos días a costa de sus parientes, inflarse de comida (sobre todo pulpo) y provocar auténticos embotellamientos peatonales en los días álgidos de la fiesta, que aún están por venir. Auténticas mareas de humanidad entre las que destacan los visitantes que te preguntan por calles que ni siquiera habías oído nombrar (y es que por muy nativo que seas de una ciudad... al Barrio de Putas o Barrio Chino nunca se le conoce por su nombre oficial. Es que nos preguntan cada cosa que...), los chiquillos que corretean de atracción en atracción coleccionando globitos de esos largos de colores. Especialmente hilarantes los que se regala en cierto “tren de la bruja”, de forma inequívocamente fálica y totalmente inviables por su grosor para hacer ‘figuritas’... me sorprende que la Asociación de Padres de turno no se haya dado cuenta de que sus hijos e hijas corretean por ahí con penes gigantes de colores.
Llegamos al centro de todo y nos encontramos con lo de todos los años: Puestos de algodón de azúcar en cantidades ingentes (¡Hay uno cada dos pasos, lo juro!), puestos de golosinas, almendras garrapiñadas, churros, puestos de venta de ropa, relojes, películas pirateadas, etc... alternando espacio con las atracciones orientadas a la chiquillería, como pueden ser los trenecitos, colchonetas, coches de choque de pequeño tamaño, etc... pasando en poco tiempo a la zona de tómbolas (¡Vuelven los perritos piloto!), juegos de suerte y similares... Desde el Bazooka, el Tiro al Blanco o las desesperantes y propensas a ser insultadas grúas recolecta-premios conocidas por su afición a funcionar mal, dejarte sin premio y quedarse con tu dinero.
Y finalmente, las atracciones “gordas”. Hay lo de siempre, el Saltamontes, la V, etc... nada del otro mundo, acompañadas como es costumbre por la “atracción estrella” de turno, que en esta ocasión efectúa su segunda visita a la ciudad (debieron desplumar a un buen número de incautos el pasado año).
Lo que si me ha llamado la atención es que vuelve a haber una casa del terror, por primera vez en unos cinco o seis años. Lo que da mal rollo es que es clavada (¿casualidad? ¿intencionalidad?) a la de “La Casa de los Horrores” de Tobe Hooper (¿o era Hopper?). Yuyu, señores, mucho yuyu.
Fijo que montamos quince veces en una noche, no tenemos remedio. Son días de fiesta.
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