Hay muchas, muchas, pero que muchas sagas de fantasía épica a la sombra de El Señor de los Anillos, sirviéndose de elementos inspirados en la obra de Tolkien (elfos, enanos, etc.) y usando ese mismo esquema de trama argumental del que ya hemos hablado en el anterior post sobre Williams.
¿A que viene esto? Viene a que después de Cazarrabo, Tad Williams se metió de cabeza en un proyecto literario que si no se tenía cuidado contaba con todos los puntos para ser la enésima obra que estuviese a la sombra del SDLA, pero por suerte no fue así. No fue así porque en ningún momento Tad toma elementos propios de Tolkien (bueno, puede que algún elemento aislado si, dada la gran admiración de Tad respecto a la obra del profesor) pero si se apropia de los mismos elementos y tópicos que seguramente inspiraron a Tolkien y que como ya se ha dicho ya encontrábamos en La Canción de Cazarrabo. Tad inició así la escritura de Añoranzas y Pesares cuya primera parte sería publicada en 1988 con el título de El Trono de Huesos de Dragón. Aquellos que se esperaron un segundo Cazarrabo seguramente se llevaron toda una sorpresa, encontrándose una novela de gran extensión, reparto multitudinario e increíblemente variado y con una historia propia de la fantasía épica: enemigo ancestral, objetos de gran poder que deben ser hallados (en concreto, tres espadas de gran importancia), héroe casual, etc. A esta primera entrega la seguirían La Roca del Adios (1990), A través del Nido de Ghants (1993) y La Torre del Ángel Verde (1993), construyendo una obra que a día de hoy quizá no sea tan ‘de culto’ como su cuento gatuno pero que si que cuenta con sus respectivos admiradores y detractores. Es una obra larga, considerablemente larga, bien escrita y construida, pese a pecar de cierta lentitud en su arranque (Williams se explaya a la hora de presentar sus personajes y su entorno con todo lujo de detalles) y de algunas partes que puede suponer un bajón de ritmo en la trama. Por lo demás el resultado es más que excelente, siendo considerada por muchos lectores la Guerra y Paz de la literatura fantástica (puesto que seguramente le arrebate La Canción de Hielo y Fuego de George R.R. Martin, obra que espero poder leer un día de estos).
Volviendo de nuevo a las relaciones con el trabajo de Tolkien, he de decir que uno de los principales argumentos de los detractores de A&P es su parecido con SDLA, llegando al extremo de acusar a Williams de plagio por el simple hecho de servirse de los mismos elementos básicos para construir una historia bien distinta. Es como si acusáramos a Tolkien de plagiar El Anillo de los Nibelungos. Y es que el que ciertas personas argumenten que Osten Ard (mundo donde se desarrolla la historia que nos ocupa) es un calco de la Tierra Media es poco más que una desfachatez. Si en algo se inspira (o calca) Osten Ard es en la Europa Medieval: Tenemos un buen número de naciones entre las que podemos reconocer los prototipos de los pueblos centroeuropeos (erkynos), celtas (hernystiros), nórdicos (rimmerios) e incluso una nación ‘mediterranea’ que en el pasado fue el centro de un gran imperio (Nabban)... ¿os suena de algo, no? Si todo eso es un calco de Rohan, Gondor, Bree y la Comarca que baje Dios y lo vea. Y hablando de Dios, la inspiración medieval no solo se limita a los aspectos étnicos o territoriales, sino también a los religiosos, ya que nos encontramos en la novela a toda una religión calcada del cristianismo. Pero claro, en una obra de fantasía no todo tienen que ser seres humanos. Y así nos encontramos a pueblos como los habitantes del Wran, que si bien son humanos, cuentan con un modo de vida radicalmente distinto al de sus congéneres, pasando el día a día en un entorno tan hostil como los pantanos. Al norte, en los puntos más altos y fríos, nos encontramos al pueblo de los Qanuc (Gnomos), seres de baja estatura (tamaño hobbit más o menos), fuertes y robustos, guerreros y cazadores, que recorren las montañas montados sobre carneros (aunque cierto miembro de su pueblo cabalga sobre una loba). Otra cosa son los bukken (cavadores) y los hünen (gigantes), seres salvajes, casi irracionales y dañinos, títeres ideales para el poder oscuro que se desata en la novela. Y finalmente llegamos a los inmortales: Los Sitha y las Nornas.
Los Sitha (también conocidos como Zida’ya, Hijos del Amanecer) llegaron de más allá del mar en un tiempo anterior al hombre, huyendo de una Sombra (¿algún día nos contará Tad esa historia?) que se abatió sobre sus tierras. Durante un tiempo fueron amos y señores en Osten Ard pero poco a poco el crecimiento y expasión de los humanos provocó que se vieran obligados a recluirse en lugares apartados y refugios, sobre todo después de que los hombres descubrieran el hierro, venenoso para los sitha. Hay quien dice que los sitha son a esta obra lo que los elfos a la de Tolkien (y al 90% de las novelas fantástico-heroicas con figuras élficas): si y no. Cierto que en muchos aspectos coinciden (la inmortalidad, su belleza, etc...) pero por lo demás son bien distintos. Con su piel bronceada, su cabello blanco (que suelen teñirse), sus ojos amarillos y zorrunos, la asombrosa flexibilidad y agilidad de su cuerpo, su variada vestimenta para cada ocasión (desde ropa de abrigo a simples taparrabos), su carácter de extrañeza frente a los humanos (para muchos de ellos somos poco más que ‘animales’) que puede abarcar desde la curiosidad y la cordialidad hasta la hostilidad y el resentimiento, etc... Toda una serie de elementos y pequeños detalles que aleja a los sitha del prototipo de elfo tolkienano.
Las Nornas (Hikeda’ya, Hijos de la Nube, conocidas por los pueblos norteños como Zorras Blancas), sus ‘primas’, son en realidad una suerte de familia o clan escindido de los sitha que ha constituido un pueblo aparte, con sus características físicas y culturales propias (aunque comparten lenguaje). Su aspecto físico está marcado por la blancura marmórea de su piel y cabellos, con ojos oscuros en contraste, rostro anguloso y duro, y cierto aire de crueldad innata. Si los sitha en general abogan por desentenderse del dominio humano y recluirse y ocultarse, el pueblo de las nornas se recluye y oculta con la esperanza de algún día poder recuperar el dominio perdido y exterminar a los insolentes mortales que se lo arrebataron y a los que odian enormemente. Es eso lo que lleva a las nornas y a su reina a pactar y ponerse al servicio de Ineluki, Rey de la Tormenta, el ‘enemigo’ de la historia (aunque el verdadero villano como queda claramente reflejado, es el sacerdote Pyrates, su siervo) y desencadenante de todos los sucesos que caen sobre Osten Ard.
Aquí terminamos este, post por el momento. El próximo estará dedicado a los personajes más importantes de Añoranzas y Pesares y al papel que representan en la historia.
¿A que viene esto? Viene a que después de Cazarrabo, Tad Williams se metió de cabeza en un proyecto literario que si no se tenía cuidado contaba con todos los puntos para ser la enésima obra que estuviese a la sombra del SDLA, pero por suerte no fue así. No fue así porque en ningún momento Tad toma elementos propios de Tolkien (bueno, puede que algún elemento aislado si, dada la gran admiración de Tad respecto a la obra del profesor) pero si se apropia de los mismos elementos y tópicos que seguramente inspiraron a Tolkien y que como ya se ha dicho ya encontrábamos en La Canción de Cazarrabo. Tad inició así la escritura de Añoranzas y Pesares cuya primera parte sería publicada en 1988 con el título de El Trono de Huesos de Dragón. Aquellos que se esperaron un segundo Cazarrabo seguramente se llevaron toda una sorpresa, encontrándose una novela de gran extensión, reparto multitudinario e increíblemente variado y con una historia propia de la fantasía épica: enemigo ancestral, objetos de gran poder que deben ser hallados (en concreto, tres espadas de gran importancia), héroe casual, etc. A esta primera entrega la seguirían La Roca del Adios (1990), A través del Nido de Ghants (1993) y La Torre del Ángel Verde (1993), construyendo una obra que a día de hoy quizá no sea tan ‘de culto’ como su cuento gatuno pero que si que cuenta con sus respectivos admiradores y detractores. Es una obra larga, considerablemente larga, bien escrita y construida, pese a pecar de cierta lentitud en su arranque (Williams se explaya a la hora de presentar sus personajes y su entorno con todo lujo de detalles) y de algunas partes que puede suponer un bajón de ritmo en la trama. Por lo demás el resultado es más que excelente, siendo considerada por muchos lectores la Guerra y Paz de la literatura fantástica (puesto que seguramente le arrebate La Canción de Hielo y Fuego de George R.R. Martin, obra que espero poder leer un día de estos).
Volviendo de nuevo a las relaciones con el trabajo de Tolkien, he de decir que uno de los principales argumentos de los detractores de A&P es su parecido con SDLA, llegando al extremo de acusar a Williams de plagio por el simple hecho de servirse de los mismos elementos básicos para construir una historia bien distinta. Es como si acusáramos a Tolkien de plagiar El Anillo de los Nibelungos. Y es que el que ciertas personas argumenten que Osten Ard (mundo donde se desarrolla la historia que nos ocupa) es un calco de la Tierra Media es poco más que una desfachatez. Si en algo se inspira (o calca) Osten Ard es en la Europa Medieval: Tenemos un buen número de naciones entre las que podemos reconocer los prototipos de los pueblos centroeuropeos (erkynos), celtas (hernystiros), nórdicos (rimmerios) e incluso una nación ‘mediterranea’ que en el pasado fue el centro de un gran imperio (Nabban)... ¿os suena de algo, no? Si todo eso es un calco de Rohan, Gondor, Bree y la Comarca que baje Dios y lo vea. Y hablando de Dios, la inspiración medieval no solo se limita a los aspectos étnicos o territoriales, sino también a los religiosos, ya que nos encontramos en la novela a toda una religión calcada del cristianismo. Pero claro, en una obra de fantasía no todo tienen que ser seres humanos. Y así nos encontramos a pueblos como los habitantes del Wran, que si bien son humanos, cuentan con un modo de vida radicalmente distinto al de sus congéneres, pasando el día a día en un entorno tan hostil como los pantanos. Al norte, en los puntos más altos y fríos, nos encontramos al pueblo de los Qanuc (Gnomos), seres de baja estatura (tamaño hobbit más o menos), fuertes y robustos, guerreros y cazadores, que recorren las montañas montados sobre carneros (aunque cierto miembro de su pueblo cabalga sobre una loba). Otra cosa son los bukken (cavadores) y los hünen (gigantes), seres salvajes, casi irracionales y dañinos, títeres ideales para el poder oscuro que se desata en la novela. Y finalmente llegamos a los inmortales: Los Sitha y las Nornas.
Los Sitha (también conocidos como Zida’ya, Hijos del Amanecer) llegaron de más allá del mar en un tiempo anterior al hombre, huyendo de una Sombra (¿algún día nos contará Tad esa historia?) que se abatió sobre sus tierras. Durante un tiempo fueron amos y señores en Osten Ard pero poco a poco el crecimiento y expasión de los humanos provocó que se vieran obligados a recluirse en lugares apartados y refugios, sobre todo después de que los hombres descubrieran el hierro, venenoso para los sitha. Hay quien dice que los sitha son a esta obra lo que los elfos a la de Tolkien (y al 90% de las novelas fantástico-heroicas con figuras élficas): si y no. Cierto que en muchos aspectos coinciden (la inmortalidad, su belleza, etc...) pero por lo demás son bien distintos. Con su piel bronceada, su cabello blanco (que suelen teñirse), sus ojos amarillos y zorrunos, la asombrosa flexibilidad y agilidad de su cuerpo, su variada vestimenta para cada ocasión (desde ropa de abrigo a simples taparrabos), su carácter de extrañeza frente a los humanos (para muchos de ellos somos poco más que ‘animales’) que puede abarcar desde la curiosidad y la cordialidad hasta la hostilidad y el resentimiento, etc... Toda una serie de elementos y pequeños detalles que aleja a los sitha del prototipo de elfo tolkienano.
Las Nornas (Hikeda’ya, Hijos de la Nube, conocidas por los pueblos norteños como Zorras Blancas), sus ‘primas’, son en realidad una suerte de familia o clan escindido de los sitha que ha constituido un pueblo aparte, con sus características físicas y culturales propias (aunque comparten lenguaje). Su aspecto físico está marcado por la blancura marmórea de su piel y cabellos, con ojos oscuros en contraste, rostro anguloso y duro, y cierto aire de crueldad innata. Si los sitha en general abogan por desentenderse del dominio humano y recluirse y ocultarse, el pueblo de las nornas se recluye y oculta con la esperanza de algún día poder recuperar el dominio perdido y exterminar a los insolentes mortales que se lo arrebataron y a los que odian enormemente. Es eso lo que lleva a las nornas y a su reina a pactar y ponerse al servicio de Ineluki, Rey de la Tormenta, el ‘enemigo’ de la historia (aunque el verdadero villano como queda claramente reflejado, es el sacerdote Pyrates, su siervo) y desencadenante de todos los sucesos que caen sobre Osten Ard.
Aquí terminamos este, post por el momento. El próximo estará dedicado a los personajes más importantes de Añoranzas y Pesares y al papel que representan en la historia.
A mi lo que mas me sorprendio fue el tratamiento dela religion en A&P. Prueba de que se puedehacer algo interesante sin parecer sacado de D&D
ResponderEliminarTodavía estoy por empezar el cuarto libro. La historia me atrapó (aunque fueron duras las primeras 300 páginas) y si se me pidiera recalcar sólo un aspecto de la historia me decantaría por lo que me a mi me parece un trato "justo" a determinados papeles femeninos, clásicamente relegados a "chicas guapas" o "brujas y madrastras".
ResponderEliminarEn el libro aparecen muchos personajes femeninos de gran importancia, tratados en profundidad y con diferentes roles; algo que heché de menos en "El Señor de los Anillos", aunque siga siendo el libro que me incitó a la lectura.