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Fuí a la habitación de Herr Muller, llamé varias veces, pero no oí nada. Susurré su nombre y el del doctor Silva, pero no respondió nadie. Vi que salía sangre por debajo de la puerta; entré, y comprobé que todo el suelo estaba rojo. Silva yacía en el extremo opuesto, con Muller inclinado sobre él con su espalda gorda, pálida y peluda vuelta hacia mí. No recuerdo como le llamé la atención, si lo llamé por su nombre, exclamé una palabrota o hice algo más que quedarme allí plantado. Muller me miró, y vi que unos trozos de carne ensangrentada le caían de la boca abierta. También vi que sus suturas de acero se habían abierto parcialmente, y que un fluido espeso, negro y gelatinoso rezumaba por la incisión. Se puso en pie, tambaleante, y avanzó hacia la puerta arrastrando los pies.
Todos a leerlo.
Ya.
U os pego un mordisco.