Está tarde, caminando por el húmedo centro de la ciudad (llevamos todo un día de ‘ahora llueve, ahora no, ahora llueve, ahora no... ahora graniza’) en dirección a mi centro de compras frikis habitual me encontré con una curiosa estampa que ciertamente es inusual en Lugo.
Un mimo callejero. De los de toda la vida, con su careto pintado de blanco.
Músicos y artistas callejeros, a porrón. Pero mimos pocos o ninguno, nunca han abundado por estos lares, por eso el ver a uno resulta un pequeño acontecimiento, como denotaba la agrupación de gente a su alrededor en el momento en que yo pasaba por allí y me detuve a mirar. La mecánica era la habitual, el tipo más quieto que el Dr. Grant delante del T-Rex solo moviéndose al recibir las moneditas de la gente de turno.
Y se encontraba en plena faena cuando una niña, que no debía tener más de seis años, señaló al artista al tiempo que tironeaba de la manga de la chaqueta de su madre y dijo algo como “Es el malo de Batman”.
Y entonces sucedió.
El mimo sonrió... una mueca más que una sonrisa, desquiciada, una imitación perfecta del villano mencionado que supongo no hará falta nombrar, y casi por un instante pensé que de la tarima donde estaba encaramado (no me fijé si era un cajón, o una silla cubierta...) saldrían tubos expulsando gas venenoso para convertirnos a todos en sonrientes fiambres. Solo por un instante, por que el mimo no tardo en recuperar su expresión de inefable muermo y yo decidí seguir mi camino.
Pero lo tengo muy claro, si esta noche se me cuela un murciélago en la habitación se me va definitivamente la pinza.
Un mimo callejero. De los de toda la vida, con su careto pintado de blanco.
Músicos y artistas callejeros, a porrón. Pero mimos pocos o ninguno, nunca han abundado por estos lares, por eso el ver a uno resulta un pequeño acontecimiento, como denotaba la agrupación de gente a su alrededor en el momento en que yo pasaba por allí y me detuve a mirar. La mecánica era la habitual, el tipo más quieto que el Dr. Grant delante del T-Rex solo moviéndose al recibir las moneditas de la gente de turno.
Y se encontraba en plena faena cuando una niña, que no debía tener más de seis años, señaló al artista al tiempo que tironeaba de la manga de la chaqueta de su madre y dijo algo como “Es el malo de Batman”.
Y entonces sucedió.
El mimo sonrió... una mueca más que una sonrisa, desquiciada, una imitación perfecta del villano mencionado que supongo no hará falta nombrar, y casi por un instante pensé que de la tarima donde estaba encaramado (no me fijé si era un cajón, o una silla cubierta...) saldrían tubos expulsando gas venenoso para convertirnos a todos en sonrientes fiambres. Solo por un instante, por que el mimo no tardo en recuperar su expresión de inefable muermo y yo decidí seguir mi camino.
Pero lo tengo muy claro, si esta noche se me cuela un murciélago en la habitación se me va definitivamente la pinza.
Un mimo? ¿Y cuanto vivió?
ResponderEliminarUsagi
Dios santo...que grande... si es que los crios ya nos salen frikis desde la mas tierna infancia...buena cantera.
ResponderEliminarY los mimos siguen existiendo? pq yo hace eones que no veo uno por la calle...
Interesante blog.
ResponderEliminarA mi siempre me persiguen los mimos.
Saludos,
Bartolina